sábado, 6 de agosto de 2016

¿EL FIN DEL CAUDILLISMO?

         Cuando los congresales de Tucumán reunidos el 9 julio de 1.816  asumen la  decisión de independizarse de España apenas estaban  dando el primer paso  para  comenzar a diseñar las bases de una nueva nación.
Era un gran desafío, nadie lo niega,   ya no nos gobernaría un delegado del rey, se había decidido cortar la dependencia económica y política que nos unía con España pero  para alcanzar  la Organización Nacional y ponerse de acuerdo en la forma de gobierno hacía falta  atravesar un largo período de conflictividad interna y externa  que se prolongó hasta el año 1853 cuando se sanciona   la Constitución Nacional.
Fue  éste el período de surgimiento de los caudillos provinciales  que  se transformaron  durante muchos años  en el único poder  real dentro del territorio al cual pertenecían. Muchos de ellos fueron gobernadores, otros  fueron personajes   influyentes  que  tenían el apoyo de los sectores populares y defendían los intereses de sus provincias   desafiando   al gobierno central.
El rasgo común a todos ellos  era su fuerte personalismo y el poder intimidante para gobernar  dentro de un  territorio donde no existían reglas formales.  Su carácter autoritario ,  la mano dura que no dudaban en aplicar cuando consideraban necesario y el temor reverencial que inspiraban  fue el sello  que caracterizó  a  los caudillos  de todas las épocas ,cualquiera fuera su orientación  ideológica , federales y unitarios, liberales ,conservadores.
Entre otros  podemos mencionar a Facundo Quiroga, Estanilao López, Juan Manuel de Rosas, Martín de Güemes.
Si el surgimiento  del caudillismo en la Argentina  fue un emergente de las circunstancias históricas en el  período previo a la Organización Nacional es algo que puede comprenderse dentro de una nación  incipiente , pero las razones de su permanencia en el  tiempo responden a otros motivos  que deben llamarnos a la reflexión.
En primer lugar mucho ha tenido que ver la inmadurez o debilidad  de un pueblo que  aceptó someterse a las órdenes de un cacique  sin oponerse a su “elevado”  criterio para mandar. Estas razones lo han llevado a  Claudio Bunge  a expresar  que la base del caudillismo en la Argentina  se encuentra en la “pereza criolla”, en la dejadez de un pueblo que quiere liberarse de la pesada carga de la responsabilidad de sus actos y aunque el caudillo (cacique) sea un mandatario elegido por su pueblo no gobierna por elección política y por lucha de ideas sino por su poder sugestivo, por la apatía de los hombres y por la inercia de las cosas.
El caudillismo fue una realidad histórica inocultable a la que suelen asociarse, no siempre con justicia, los términos de ignorancia y barbarie.  Algunos caudillos ejercieron el poder de manera feudal, propietarios de estancias y amos omnímodos de sus provincias y principales beneficiarios del sistema que decían representar.

Comparativamente se trata de una realidad que no se observa en los países más avanzados  con una población educada y  gobiernos cuya misión es administrar la cosa pública sin mayor peso e importancia que  el de las atribuciones que le otorga la Constitución de su país.
Desde la recuperación de la democracia hasta hoy  el personalismo  presidencial   ha  definido una forma de hacer política  que  ahora aparenta  tomar un giro desde la  llegada de Mauricio Macri al poder.
Macri no representa al tipo de líder político al que estamos acostumbrados a ver los argentinos. No trae un “relato” ni  exhibe un estilo mesiánico.
Su estilo de gobernar  de acuerdo a lo que se ha podido observar en estos meses consiste en un trabajo en equipo , dialogando ,intercambiando opiniones  y distribuyendo tareas  como  uno más del conjunto y no el personaje central.
Si esta manera de ejercer el poder  es garantía de éxito por supuesto que no lo podemos predecir, pero sí  nos anuncia   la presencia de algo nuevo dentro del escenario político que se distingue de las décadas de verticalismo presidencial, la posibilidad de salir del  caudillismo, del puntero y mandamás de la política que solo han retrasado el crecimiento, tal vez porque precisamente en el retraso  y la ignorancia del pueblo aniden las razones de  su vigencia en el poder.
Al haberse cumplido doscientos años desde la Declaración de la Independencia  creo que  esta nueva manera de gobernar  puede constituir   un valor agregado a nuestra democracia  que necesita ser reforzada por instituciones sólidas y confiables a cargo de funcionarios dignos y eficientes.
El hartazgo social que han provocado las imágenes de ilícitos cometidos por  funcionarios públicos y personajes ligados a las altas esferas del poder durante del gobierno anterior han logrado que la ciudadanía tome conciencia de la importancia de la administración de la justicia y del buen funcionamiento de  las instituciones republicanas.
 Por esta razón ,más allá de la indignación que nos produce  enterarnos  cada día de un nuevo escándalo de corrupción que se descubre y pensar  en las necesidades que quedaron sin cubrir por el manejo ilegal de los fondos  debemos celebrar el  “despabilamiento “ de la sociedad que a mi juicio marca un antes y un después en nuestra historia argentina.
Precisamente este cambio de  actitud más participativo que exhibe  la ciudadanía  resulta  a mi juicio lo más positivo que ha ocurrido  en los últimos tiempos al brindarnos con su compromiso de lucha contra la impunidad  mayores posibilidades de dejar atrás las viejas prácticas de la política que han frenado el progreso del país.
María Cecilia Repetto



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