lunes, 17 de marzo de 2014


 

MEMORIAS DEL CARNAVAL

 

                Me preguntó si   habían quemado al  Rey  Momo en el Corso  este año  y le respondí  que  no; que en realidad no lo sabía.

Que me parecía que desde hacía algún tiempo se había dejado de hacer pero que no sabía desde cuándo  ni tampoco  porqué, aunque podía suponerlo.

Le cuento, aunque no me lo ha preguntado, que  nunca presencié  la legendaria  Quema del  Rey Momo, ni ahora de grande, ni durante mi infancia.

Que cuando era chica  nos íbamos  del Corso un rato antes de que finalizara porque en casa  decían que era mejor  para evitar los amontonamientos de gente y de autos   pujando por salir  todos al mismo  tiempo.

Él me responde  que me perdí lo mejor (lo miro con gesto de incredulidad) y que en cuanto al último  domingo en que quemaban al  Rey Momo era  lo más emocionante del Carnaval.

Esa  noche, me explica, junto a sus amigos del barrio se iban  temprano para encontrar una buena ubicación, en lo  posible en la primera fila. Una vez  lo invitaron a subir a los  Altos de Raggio y desde ahí la visión fue  insuperable.

Me cuenta que después de la doce, cuando terminaban de pasar las últimas carrozas,  se armaba una suerte de  pira  frente a la Tienda Gómez  en la intersección de la calle Buenos Aires y San Martín.

Que para entonces ya estaban en el lugar  el camión de bomberos y   la policía ajetreada tratando de preservar  el orden entre tanta muchedumbre que se amontonaba  y se empujaba contra el  cordel prudentemente colocado para  evitar  que ocurrieran accidentes, aunque  nadie en ese momento era muy consciente de  los peligros.

Mientras se ultimaban los preparativos de la fogata ,me dice, el hidalgo Rey Momo  esperaba con estoicismo  su destino  a un costado de la escena   y  cuando estaba todo listo lo bajaban de la carroza y lo trasladaban  ceremoniosamente   hasta su  hoguera.

Que miraba encandilado las distintas secuencias del evento  y abría los ojos  lo más que podía cuando   las voraces  y ascendentes  llamaradas  comenzaban su trabajo exterminador.

El ruido de la madera ardiendo y los cohetes, bengalas y cañitas voladoras que estratégicamente habían sido colocados entre sus ropajes  reales potenciaban la emoción que llegaba al clímax en el preciso instante en que caía al piso y rodaba en llamas   la abatida cabeza del  monarca.

Sí ,me repite ,fascinaba ver  cómo aquel muñeco   de madera , cartón y trapos que solían fabricar los presos  de la Cárcel de Dolores se convertía en  cenizas que el viento de marzo desparramaba entre los espectadores   hasta quedar de  su imponente figura sólo un frágil  esqueleto de  alambre.

Le digo que muchas costumbres de antes se han ido perdido con el tiempo, como los juegos de Carnaval que casi han desaparecido.

Le pregunto si será que nos hemos vuelto más aburridos o  tal vez más civilizados o será que ser civilizados nos ha vuelto más aburridos…

Había en algunos juegos de Carnaval una conducta  inconsciente de quienes la protagonizaban, que no ponía reparos en los peligros que encerraba o en las consecuencias que podían derivar de esa diversión  que parecía tan inofensiva.

En mi opinión esto ocurría, le digo, porque en general la gente de antes era más desprevenida, más cándida y también más inconsciente en algunos aspectos.

Luego han venido las reglamentaciones y las multas por esto y por aquello  y la industria del juicio que ha aprovechado la ocasión para sacar sus  dividendos de los infractores.

Para la historia y para alivio de las mujeres (esto va por mi cuenta) han quedado los globazos a la hora de la siesta, los sonoros machetes , la nieve que irritaba  los ojos, el papel picado tan  amargo cuando te lo hacían tragar  y la escalofriante lanza perfume envasado en frascos de vidrio con forma de pequeño sifón.

Más, la verdad es que el Carnaval  en su verdadero sentido es la desmesura, la transgresión, la torpeza y el exceso.

Por esto al establecer los límites a su juego también han provocado su desnaturalización.

Nuestro Carnaval de hoy  es un carnaval civilizado en el cual la gente se comporta bien y toma asiento en las noches  para ver el espectáculo de las coloridas murgas y el desfile de mascaritas danzarinas.

Es el Carnaval sin bomba de remate, adaptado a las nuevas generaciones y reglamentaciones, tal vez mejor en muchos aspectos, pero es un carnaval  timorato en el cual   la Quema del Rey Momo se ha suspendido  pero  no por  mal tiempo como supo ocurrir antes ,sino porque es parte de lo que el paso del  tiempo se llevó.

                                                                                                                                          María Cecilia Repetto