jueves, 9 de febrero de 2012


 

 

EL GATO  EN LA NAVIDAD

 

Nunca tuve predilección por los gatos y, a decir verdad, por ningún animal doméstico con excepción de una tortuga a la que le he puesto de nombre Rosa que se ganó mi simpatía a fuerza de quedarse a mi lado en las tardes de sol cuando me siento en el patio a leer el diario.

 

Pese a ello, en casa siempre ha habido  algún gato dando vueltas quienes, con un    arte de seducción del cual deberíamos aprender los humanos, me han llevado al  convencimiento de los beneficios de tener mascotas  en los hogares, sobre todo en las que hay niños, por el cariño que regalan y la compañía que  brindan.

 

El gato de quien les quiero hablar  llegó a casa cuando tenía unos pocos meses de  vida.

 

Mis hijos eran chicos en aquel entonces y el pobre animal superó varias pruebas de supervivencia  llevándonos al convencimiento,  pese a su edad  temprana, de que habíamos dado con un animal  extremadamente bueno.

 

Tal vez por pereza mental, como solía decir  papá, o porque se nos pasó por alto, lo cierto es que al pobre gato  nunca le oficializamos un nombre.

 

Hubo, eso sí,  una especie de libertad de acción , un acuerdo tácito tal vez , para llamarlo como cada uno quisiera  o le gustara ,aunque con el correr del  tiempo  ,  nos acostumbramos a decirle preferentemente  “ Gordo”  por ser el apodo  que más combinaba con su apariencia y sus ansias permanentes de comer todo lo que estaba a su alcance .

 

 

Debo admitir que conmigo  siempre el trato fue más frío pero era por esta indiferencia  mía que les comentaba  hacia los animales domésticos y además por mi rol de ama de casa.

 

Sucede que el felino transgredía sin culpa las normas de higiene, llenaba de pelos los sillones o bautizaba con sus orines alguna planta recién comprada para adorno del living  o bien se subía a la mesa recién servida aprovechando la distracción de los comensales.

 

Todos esto motivaba mi ira  y amenazas que acompañaba con   frases como “fuera de acá gato de porquería “   u otras más  contundentes pero que no sería decoroso  aquí transcribir (uno de entrecasa habla así, luego cuando sale refina el vocabulario) de todos modos  esto es ya parte de la antología  familiar que sería mejor olvidar por respeto a quienes ya no están con nosotros.

 

 

Tal vez  alguien al pasar por mi vereda lo habrá visto porque a él le gustaba sentarse orondo cada  mañana en el umbral de casa  y desde allí  miraba con displicencia a los que pasaban   y los que pasaban lo miraban a él porque parecía un adonis griego posando para una escultura en mármol.

 

Había que verlo, nadie podía negar su  elegancia, su porte de gato siamés.

 

Quienes tienen animales en la casa  entenderán si les cuento  que para nosotros este gato  con el tiempo pasó a ser considerado como un miembro más de la familia.

 

Comprenderán también si les digo  que sus  asuntos , llámense ,enfermedades, alimentación, hospedaje en periodos de veraneo ,entre otras, eran  temas  que se trataban en la mesa  con seriedad  y formaban  parte de la agenda de prioridades familiares.

 

 

Pero ocurre que la vida de los animales son, por lo general, más breves que la de los humanos y ocurre también que el tiempo pasa volando y cuando queremos acordar el gato o perro o lo que fuere, en este   caso, nuestro gato,  comienzan a vislumbrar signos de abatimiento, le aparecen canas rodeando su cabeza y un ritmo cansino que nos advierte que ya  no es el de antes, que se ha puesto  viejo.

 

A nosotros nos pasó que el gato además de envejecer, comenzó a adelgazar  de golpe y no hubo remedio ni tratamiento a nuestro alcance para  detener su enfermedad.

 

Yo diría   ,  ahora que   medito, que  al concluir su ciclo vital, se entregó con dignidad  al destino inevitable de  los seres vivos.

 

La noche que el gato murió fue largo nuestro silencio y triste la despedida.

 

Lo enterramos bajo la magnolia en una ceremonia sentida, como quisiera fuera la mía cuando dios disponga,  sencilla, breve y solo los deudos.

 

 

Y dirán que tiene que ver esto con las fiestas que menciono en el título de este artículo.

 

Ocurre que la celebración navideña  tiene  un condimento nostálgico, o lo tiene para mí, no sé, que hace que se sientan más los espacios vacíos.

 

Y pensaba,  ahora que han comenzado a brillar las luces de los arbolitos en los hogares   ,  que este año extrañaremos su presencia bajo la mesa , como también se extrañan  cada año la de aquellos otros que han partido antes y cuyo  recuerdo  golpea  más fuerte la puerta del corazón en estas fechas .

 

Pero, quien sabe, me decía, tal vez sean esos  espacios vacíos los que nos llevan a  profundizar en el sentido de la vida   , en el valor de los afectos, en las prioridades cuyo orden  a veces se invierte perdiendo de vista lo que es verdaderamente  importante.

Y  estos pensamientos son , a su vez ,los que le dan sentido a la Navidad que significa la esperanza  , lo nuevo  que surge  al final de cada etapa  ,es la templanza para aceptar los cambios  y la lucidez para advertir que de eso se trata la vida.  

              María Cecilia Repetto